En principio era el horizonte

En principio era el horizonte, solo una línea a dividir el cielo de la tierra, un corte, una separación precisa entre el lugar que nos sostiene y lo que queremos de conocer. Entre el cielo y la tierra se pone el espacio donde vivimos, espacio ocupado desde siempre por la naturaleza con la cual nos enfrentamos. La naturaleza une en una tensión patente la firmeza de las raíces profundamente injertadas en el suelo y la aspiración a conquistar el cielo de las ramas. Cercar una porción de suelo, sustraer una pieza de naturaleza, construir un recinto es un gesto primitivo, arcaico desde el cual empieza el sentido del habitar en un lugar. En el recinto, protegidos, todavía no queremos perder la relación con la naturaleza y abrimos un intersticio, una ventana, para mirar el exterior. Cuando agregamos un techo y un piso a los cuatro muros que nos rodean construimos un espacio encerados, estamos al final en un interior. Desde nuestro espacio intimo, nuestro hogar, miramos el jardín encerrado y, mas allá, la naturaleza al exterior y elegimos los equipamientos indispensables para satisfacer nuestras necesidades. Intimo, etimológicamente, es el superlativo de interior y por lo tanto la máxima expresión de un interior es la de llegar a ser tan intimo que nos podemos reconocernos, identificarnos, en el espacio mismo, en los objetos que guardamos. Hoy la tecnología contemporánea nos permite de conectarnos con el mundo, con todo el mundo, pero virtualmente. Estamos viablemente en cualquier lugar aunque estamos físicamente en un lugar preciso. En esto preciso instante, cuando nos parece de haber todo, de ser en cualquier lado, de conocer cualquier cosa, de comunicar con todos, extrañamos lo que es tangible, lo que percibimos con los sentidos, lo que nos evoca memorias, o sea lo que perdimos en el intangible. Nos asalta la nostalgia, y queremos volver atrás, a la naturaleza simple, natural, verdadera. En estos días, encerrados en casa por la pandemia, no podemos elegir de salir de casa, y de toda manera el exterior es vacío, sin vida y por lo tanto todo lo que tenemos que hacer es conectarnos al mundo virtualmente; nos parece de comunicar, de mirar, de conocer gente, pero de verdad nos asalta la nostalgia de un mundo echo por relaciones humanas, directas, por seres que juntos construyen un conjunto, espacios donde vivir, un lugares significantes.